Lo había visto desde la calle San
Bernardo de camino a casa varios días. No está exactamente en la misma sino en
Noviciado, que es bocacalle, pero se deja ver por la enorme banderola que han
colocado con su logotipo de estilo tatoo, muy acorde con el estilo “barrio
emergente” que está adquiriendo la zona. En serio, es la enésima vez que
pasamos por esto: La Latina, Chueca, Malasaña… Esta ciudad tiene barrios
trending topics.
Al acercarte al local ya ves que
es el tipo de local que nos encanta descubrir,a The New Yorker y a mí, lo
suficientemente novedoso para que no aburra pero que no sea tan excéntrico que
dé miedo entrar.
La pizarra del menú a la entrada,
elaborada a mano en un moderno estilo, muestra un menú de mercado por 9,50 (IVA
incluido) de platos tradicionales con un toque modernuqui: timbal, wok o carpacio no suelen
ser términos que se utilicen, guisado,
por ejemplo, sí. Este menú, ha diferencia del resto, da a elegir dos platos a
entre cinco sin diferencias entre primeros y segundos, más pan, bebida y café.
A través de los grandes
ventanales ya se ve una barra blanca con una decoración formada por muebles
reutilizados y unas cuantas mesas para tomar copas. Una vez dentro ves que la
barra se acerca más a un local de copas nocturnos que de desayunos matutinos
con normes pizarrones con la carta de cocktails detrás de la barra. En
cualquier caso, si algo llama la atención es la camarera, tatuada, medio
rapada, informal, charlando con un par de clientes. Da la impresión de
encontrarte en un sitio muy personal y ella contagia bastante buen rollo desde
el primer momento. Sin duda una de las bazas de La Gustava es lo bien integrado
el ambiente: diseño, interiorismo, menús… por eso, la gente que está allí parecen
más amigos de visita que que clientes .Esto se agradece, y sé si son así o es
casualidad pero a eso le llamo yo comunicación global, nada desentona.
La entrada, amplia de techos
altos y luminosa contrasta con el comedor interior sin ventanas, un poco
agobiante para mi gusto a pesar de la iluminación y de los muebles blancos. El
estilo desenfadado es continuo con mesas dispares, un mueble reciclado en el
centro, el mural de fondo, un enorme espejo al otro lado… Tiene un aforo para
cerca de 50 personas en unas 10 mesas.
De primero pedí el timbal de
judías verdes con jamón, una buena ración la verdad, acompañada de picatostes.
El pollo guisado estaba sabroso, preparado con verduras y almendras que le
daban un punto de textura muy agradable. Realmente no engaña al hablar de
cocina de mercado, elaborada casi
artesanalmente. El postre me decepcionó un poco por la escasa variedad, fruta o
tarta de queso. Ésta, además de ser un poco seca se le había espolvoreado café encima que le daba un punto
demasiado amargo. Quizás les falle la presentación, intentan hacerla muy
cuidada pero se quedan a medias, como si realmente se quedaran a medias. Aunque
a mí no me moleste, incluso le da un toque más postmoderno al restaurante,
tampoco creo que sea adecuado que durante la comida, un perro, supongo que de
los propietarios o de los empleados del local, se esté paseando entre las mesas del comedor.
En definitiva, un sitio
recomendable si buscas un sitio joven y distinto para disfrutar de buena comida
de mercado. No es que me haya gustado, es que es de estos sitios que tienes que
llevar a gente para sorprender y disfrutar.
Información útil. El menú es de lunes a sábado de 13h a 16h.
Admiten tickets restaurant.
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